martes, 17 de agosto de 2010

Estoy en huelga

Estoy en huelga de hambre, estoy en huelga de palabras, estoy en huelga de ganas, de omisiones, de elisiones, en huelga de seres fantásticos, de dolores, de pensamientos subalternos, de mujeres histéricas, de colores fuertes, de miradas que se resguardan en el calor del desván. Estoy mirando el reloj que se desliza a una velocidad inaudita. Estoy mirando las escaleras que se pierden mientras bajan. Estoy oliendo el pavimento que consume nuestro mundo, silencioso.

Estoy en huelga de vacas, de cerdos, de venados, de animales de granja. Estoy en huelga de matar, de dormir, de jugar, de llorar, de gritar. Estoy en huelga del aborto, de los nacimientos, de los poemas y de las historias. Estoy en huelga del equipaje, de las maletas, de pagar impuestos, de trabajar, de escribir mil palabras por minuto, tres mil palabras por segundo, de aguantar la respiración, de reanudarla. Estoy en huelga de mí mismo, protesto contra mí mismo.

Y sin embargo, esta sensación espuria, este nacimiento que me evade como un acróbata, son las terminaciones nerviosas de los miles de inventarios judiciales, flexiones de ángulos opuestos, como las manijas del reloj hacia el este y norte, sin la posibilidad de una curvatura que nos brinde la aproximación.

En la actividad absoluta del que deshace los gritos agónicos del fin, estoy en huelga de palabras, lánguido como el cielo y sus delicadas maniobras que enarbolan mi color, mis vértebras adoloridas. Asfixio la posibilidad, el prometer, el sustantivo, la religión suprema que nos ha llevado a estos desencuentros.

No existe nada, progresamos a la velocidad que nos impone el destino. Sin la medicina moderna ya hubiera muerto. Ya hubiéramos muerto muchos. Mi generación es una colección de epitafios. Mi generación ha sido destruida sin que haya nacido.

Estoy en huelga de palabras, de más palabras…

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