miércoles, 9 de junio de 2010

Aquellos años felices

Harvey Peckar es un hombre soso y de un humor muy negro. Él necesita contar malas historias para hacerlas buenas. Harvey es el creador del comic “american splendor” que no es más que el relato diario de la vida común de un hombre común. Harvey tiene la habilidad de contar las cosas como si estas fueran irremediables, como si lo único que nos quedara hacer en la vida fuera tratar de sobrevivir.

Así como Harvey necesita echarle mano a sus conocidos, contar historias sórdidas y de un humor visceral en donde nadie queda bien parado, yo, talvez por la misma necesidad de él, siento el impulso de contar y desenmascarar a todos. Harvey es un cínico que relata con fidelidad las características más patéticas del ser humano, por delante van las suyas, pero al costado la de sus amigos, la de su esposa y la de su familia en general. Me gustaría preguntarle si él ha encontrado una respuesta de por qué es un impúdico exhibicionista, si él se ha llegado arrepentir de lo que ha hecho o si se ha llegado a quedar sin amigos.

Hace poco escribí en este blog una historia sobre mi hermana. Claro que como todo “buen escritor” le puse a mi hermana y a su esposo nombres distintos a sus nombres originales. A su esposo le puse Peter y a ella Mauricia. Sin embargo, cuando leyó mi post, se reconoció y se molestó muchísimo, me dijo que lo que había contado era mentira, o en su defecto, una exageración maliciosa. Por esa razón, tuve que borrar mi post y le prometí escribir una historia bonita en donde resalten los buenos momentos que hemos vivido.

Sé que a veces, cuando escribo o hablo de mis hermanas, parece que han sido unas brujas despiadadas. Un día hablé con mi hermana Olivia y le dije que yo la culpaba por no haberme defendido, ya que era la mayor, de todas las cosas negativas que me sucedieron en la infancia. Ella me respondió que ella también había sufrido porque nuestra mamá trabajaba todo el día y no tenía tiempo para ella. Comprendí, entonces, que todos de alguna u otra manera sufrimos, que todos cometemos errores, que nadie es perfecto. Creo que debemos ser justos y abrirle un campito en este blog a los buenos momentos.

Yo admiro a Olivia porque es una persona de principios férreos, preocupada por su familia. Admiro a mi hermana Mauricia porque es emprendedora y carismática. Recuerdo que siempre me peleaba con Mauricia porque yo la seguía a todos lados, ella era una adolescente agrandada y yo un niño espeso. Me gustaba seguirla porque pensaba que no me iba aburrir con ella, y efectivamente, no me aburría, me divertía mucho con sus ocurrencias, con sus cosas de grande. Recuerdo que mi hermana Olivia me llevaba al cine, fuimos a ver “Mi pobre angelito” como 5 veces. Ella me salvó la vida 2 veces, la primera fue cuando era un bebé y estaba convulsionando en mi cuarto, solo, a punto de morirme; la segunda fue hace algunos años cuando tuve una enfermedad rara y ella como si fuera mi mamá me cocinó y se preocupó mucho por mí, si no hubiera sido por su cariño y su dedicación, también me hubiera muerto.

De mi infancia recuerdo la sonrisa de Mauricia y la mirada de Olivia. Sé que ellas me querían mucho y que yo las quería también. A veces, ha habido desencuentros, pero sobre todo, ha habido muchos buenos momentos que yo atesoro en mi corazón. Recuerdo cuando me olvidé el cumpleaños de Mauricia y me fui a pasar la noche donde mi abuela, cuando me enteré hice una pataleta de padre y señor mío, quería estar junto a mi hermana, lo quería estar como ahora quiero estar con ella. Mi hermana Mauricia vive en Holanda, pero quiere volver al Perú a radicar definitivamente aquí, yo la espero con la amnesia de los malos tiempos y con el recuerdo de todos los buenos momentos que hemos vivido.

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