miércoles, 9 de junio de 2010

Lunes Santo

Los días que no pienso en cambiar mi vida, son días opacos y tristes que me recuerdan quién era antes de ver la luz. Todos estos días pienso como Cerebro: Tratar de conquistar el mundo, tratarlo de conquistar y aferrarme a lo único que me haría feliz, la felicidad de ver el mundo desde un bungalow en alguna isla del mediterráneo, mientras el sol europeo caliente mi sexo húmedo de placer, mientras el sol europeo excite a una eventual amante que presa del frenesí de la buena y escasa vida lama mi ano gastado y adolorido. Mientras tanto, intento de mirar el sol de Lima sin rechinar los dientes de cólera, sin indignarme. No quiero morirme antes de tiempo, necesito escapar de esta ciudad, de este país de mierda.

Kelly habla siempre de su enamorado, la primera vez que conversamos a solas me dijo que él es súper inteligente, súper súper, súper maravilloso. Qué diría Kelly si le ofrezco un tour por Venecia. Qué diría si coso en su sonrisa el perfume marino del pacífico asiático. Que pasaría si le estampo un beso en Saint Emilion debajo de la Eglise monolithe. Que pasaría si le desenvuelvo el mundo más allá de los límites de esta ciudad opaca y triste. Talvez pasaría algo de lo que me arrepentiría profundamente. Talvez ella me mordería los dientes, me miraría como un hombre súper inteligente, súper profundo. Talvez me llegaría a aburrir y buscaría otra Kelly para joderle la vida.

Ya tengo cierto arte en meterme por los palos. Ya se lo hice a un compañero de estudios. Le quité a su chica. Él hasta ahora me odia. Ella, después de haber sido descubierta conmigo, también me dejó. Qué dirá ella cuando veranee en Mallorca y me valla en los inviernos tristes a Las Vegas. Qué dirá cuando yo sea un ciudadano del mundo y ella una limeña más. Seguro que se arrepentirá de haberme dejado. Seguro que intentará llamarme para que la culee. Yo tendré que hacer una lista y le sacaré cita, siempre y cuando mi verga dura y férrea siga siendo dura y férrea, resistente al tiempo, a los avatares del sexo mundial.

No quiero hacer el amor por hacer el amor. Quiero demostrar el control que puedo tener sobre mi propio destino. Quiero tener el control sobre Kelly o aquella chica que no he mencionado su nombre. Quiero tener el control sobre alguna chica de Madrid, sobre la mamá de un amigo, sobre una mujer mayor en Finlandia, sobre una jovencita que raspe los 18 pero que parezca de 15. Tener el control en una navidad en Nueva York con alguna modelo de piernas largas y aceitosas, un fin de semana en Tokio con la esposa de algún escritor famoso. Quiero tener el control en un día cualquiera. El control de mi vida que hasta ahora ha sido miserable, tonta, fútil, anodina, bizantina.

Si el destino me fuera propicio, una noche cualquiera iría tras una chica cualquiera. Sería el sol de mi propia villa francesa. Andaría desnudo, despreocupado, ardoroso. Sería un toro insaciable. Haría de mi verga un bien público. Compraría los corazones. Si tuviera dinero, haría que la gente me quisiera. Haría que las mujeres abandonaran todo por mí. Me compraría una King size y metería a cinco rusas. Pero jamás me olvidaría de mis peruanitas. Vendría el Perú para culearme a un par. Vendría al Perú porque al final todos vuelven. Y si algo me pasara en el trayecto, sabré que por lo menos viví como quise.

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